Padres que consumen marihuana

Nemesio

Padres que consumen marihuana

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En general es más la gente que está dispuesta a tolerar su uso en adultos sin hijos que en padres que consumen, y esto se debe sobre todo al ejército de mitos, estereotipos y clichés que la sociedad de la prohibición ha ido construyendo en torno a la figura del consumidor de cannabis y en torno a la misma planta durante décadas.

En un país como en España nadie se lleva las manos a la cabeza porque en Nochebuena, en una boda o cualquier otra ocasión especial los papás agarren una cogorcilla entre el cava, los vinitos, el carajillo y las copas delante de sus hijos, muy habitualmente todo ello acompañado de sucesivos cigarrillos y algún puro. Es una estampa tan clásica que casi nadie cuestiona su eticidad, como lo harían ante la imagen de un padre o una madre consumiendo marihuana, aunque fuese discretamente y con un vaporizador.

Pero es que ni siquiera parece cuestionable en la misma medida la imagen del fumador ocasional o habitual de tabaco, o la del que se toma una copa de vino con las comidas, o una cerveza cuando vuelve del trabajo. ¿Qué diferencia real hay entre estas actitudes cotidianas, en cuanto a perjuicios reales tanto para uno mismo como para los demás, y fumarse un porro de marihuana ocasionalmente, vapearla o consumirla de cualquier otra manera?

Obviamente la única diferencia atribuible es su estatus legal, dado que parece fuera de toda cuestión la superior peligrosidad del tabaco o del alcohol según los más recientes estudios. Bill Murray lo exponía de manera muy elocuente: “encuentro bastante irónico que lo más peligroso de la marihuana es que te pillen con ella”.

El estigma del padre que consume marihuana es básicamente que su imagen social, independientemente de su valía como padre, profesional o miembro de comunidad, corre el riesgo de recibir la mancha del prejuicio, ese prejuicio que salta tan rápido de la boca de los desinformados o de los hipócritas, el prejuicio de mi mismísima madre manifestando cierta incomodidad ante mi postura sobre el cannabis, mientras me escucha con un cigarrillo en una mano y, en la otra, la copita de vino con que le gusta acompañarlo después de comer.

Y disculpad que este artículo adquiera un tono más personal, pero como padre y consumidor ocasional de marihuana no veo mejor manera de abordar el tema que implicándome. Así que yo soy un drogadicto, pero mi suegro puede consumir, con el beneplácito de la comunidad, unas cuantas cervezas en una noche sin que se le pueda llamar alcohólico.

Personas como nosotros, que no somos consumidores habituales de tabaco o alcohol, corremos el riesgo de perder el trabajo y, en nuestras comunidades, de ser marcados y anatemizados incluso por, y perdonad la insistencia, respetables fumadores o bebedores y, de forma más general, por los “enfermos de legalitis”, ese tipo de personas de las que todos conocemos algún ejemplar, que consideran que algo es ético o respetable solo si es legal. ¿Cómo puede un padre de tres criaturas de 2, 6 y 8 años, que además da clases de guitarra a niños, osar consumir marihuana?, podría cotorrear una vecina indignada.

¿Pero es que nadie piensa en los niños de los padres que consumen?

Por suerte parece que el sentido común se está abriendo paso, en algunos sitios más velozmente, y en otros con una lentitud tan espesa y tediosa, que cuesta creer que estemos acabando el primer quinto del siglo XXI. La tendencia general en las sociedades modernas se encamina hacia la despenalización y la liberación, pero esto solo no basta.

En la aceptación política y social juega un papel importante la “salida del armario”, las campañas de información y la defensa de su consumo por parte de personalidades con influencia. Pero para los escépticos de la conveniencia de la liberación de la marihuana, o directamente para los prohibicionistas, un elemento de chantaje es la protección de los niños… ¿Y por qué exactamente, si en nuestras sociedades tenemos implementadas medidas de prevención y prohibición de consumo de tabaco y alcohol a menores que resultan bastante eficientes? ¿No es de sentido común implementar medidas similares con respecto a la marihuana? ¿Qué clase de madurez y responsabilidad se están presuponiendo en los que consumen alcohol que no se puedan otorgar a quienes consumimos marihuana, incluso si tenemos hijos?

Al pesar de lo que la imaginación anti-cannabis pretende transmitir, los padres que consumen marihuana generalmente no la fuman delante de sus hijos (al contrario que los fumadores de tabaco) y lo hacen de forma moderada, como quien se toma una caña.

Quizá a muchos les cueste creer que la mayoría de consumidores modernos de marihuana es gente ordinaria de clase media con trabajos, hogares propios… e incluso hijos, es decir convirtiéndose en padres que consumen, y con tendencia a tener puestos de responsabilidad o estudios superiores.

Si consideramos que un mercado legal de la marihuana desplazaría significativamente al del alcohol (una sustancia, como vimos antes, significativamente más perjudicial a todos los niveles), el “todos ganan” está garantizado: liberalizar la marihuana haría que personas normales de nuestra sociedad, en una proporción significativa (un 9,2% de españoles ) dejaran de activar el mercado negro y la delincuencia asociada y, con toda probabilidad, se reduciría por desplazamiento la cantidad de consumidores de alcohol, un problema de primer orden en nuestro país.

Podríamos hablar además de las múltiples propiedades terapéuticas de la marihuana o de las formas alternativas o saludables de consumo que eliminan el humo de la ecuación. Como padres y ciudadanos responsables, dejaríamos de transmitir una situación hipócrita a las generaciones venideras, activaríamos un sector económico con un potencial de crecimiento bestial, generaríamos empleos y todos seríamos más felices.

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