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Nacido en 1955, Steve Jobs se crió con su familia adoptiva en Santa Clara Valley. Este cotidiano y, a priori, irrelevante dato puede adoptar más importancia si llamamos a la población donde el joven Steve creció por su nomenclatura más popular: Silicon Valley. La capital mundial de las startups, el lugar donde IBM, Apple y Microsoft se batieron a duelo por la supremacía de la informática es el lugar que vio a Jobs dar sus primeros pasos.
Fue durante su adolescencia y paso a la madurez donde Steve Jobs forjó la otra faceta de su personalidad. La más zen. El lado opuesto del ogro empresarial insaciable. Eran los años 70, con la California de hippies y San Francisco como capital de la contracultura cuando Jobs, acompañado de Daniel Kottke, devoró el ‘Be here now’, el libro sobre espiritualidad, yoga y meditación, pero también sobre las drogas psicodélicas.
“Consumí LSD durante dos años. De 1972 a 1974. En ese periodo de tiempo lo consumí aproximadamente diez o quince veces. Tomaba LSD en un cubo de azúcar o en una forma dura de gelatina. Normalmente lo hacía cuando estaba sólo”.
Leer ‘Be here now’ supuso el propio viaje de Steve Jobs a su particular India. Probar el LSD supuso una liberación personal para el futuro fundador de Apple. Jobs siempre se mostró feliz de haber pasado por la experiencia de consumir LSD y lo considera una experiencia positiva. Pero alucinógenos aparte, también fumó marihuana.
“La mejor forma en que describiría el efecto de la marihuana y el hachís es que me relajaba y me hacía creativo”.
Pero su creatividad nunca tuvo nada que ver con una faceta artística. Con la máxima expresión del arte y de la creación. Steve Jobs fue más bien un visionario. Un editor. Alguien que veía los puntos y los unía. Obsesionado por el diseño, el packaging y el envoltorio, hizo que media humanidad viviera Apple como un club de fútbol del que sentir los colores y celebrar los goles. iMac, iPod, iPhone e iPad supusieron, progresivamente, pequeñas revoluciones tecnológicas y socioculturales. La verdadera faceta artística de Jobs fue la creación de necesidades que hasta entonces no existían y de vínculos emocionales de las personas hacia una marca.
Steve Jobs no inventó ni el ratón ni el mp3 ni la animación por ordenador, pero los universalizó y lo convirtió en necesidad. Cambió el mundo con una rara mezcla de carisma, descaro, confianza en sí mismo y ambición. Creó una industria que no necesitábamos o al menos eso creíamos hasta que apareció él. En definitiva, pensó diferente para que todos acabáramos pensando igual.