La marihuana no gozó nunca de una presencia predominante en la vida de David Bowie, a diferencia de lo que les ocurrió a otras leyendas del rock como Bob Dylan o The Beatles a las que podríamos considerar coetáneas (el libro ‘Special Deluxe’, de Neil Young -por poner un ejemplo- depara un muestrario de momentos en los que la ingesta de hierba sirve para enmarcar momentos clave de su vida). No obstante, sí que se remarcó en los días posteriores a su muerte, entre la ensordecedora avalancha de semblanzas, duelos colectivos y obituarios de todo pelaje y condición, tres momentos en los que el cannabis cortejó la agitada y simpar existencia de Davy Jones.
Siquiera de modo anecdótico, magnificando sus efectos benefactores y resaltando sus levísimas consecuencias legales. Arrimando en cierto modo el ascua a su sardina (los medios del ramo, decimos), nadando -y es lógico- en medio de la corriente a favor que promueve su progresiva legalización y su incipiente uso con finalidades médicas. Era muy difícil, en todo caso, que alguien que ha estado inmerso en casi todos los fregados de la contracultura desde mediados de los años 60 hubiera sido permanentemente inmune a la marihuana, elemento central por lo que tuvo de símbolo emancipador desde la era hippy, como catalizador de conciencias y de las percepciones sensoriales que muchos músicos supieron traducir al pentagrama, singularizando obras que pasaron, en muchas ocasiones, el ámbito de lo emblemático.
No fue ese el caso de Bowie, en cuya fascinante creación de universos paralelos no consta que la marihuana jugase el menor de los papeles, aunque -desde luego- sí pudieran hacerlo otras sustancias. La mayoría de medios, en todo caso, han resaltado su arresto en Rochester, en marzo de 1976, cerca de Nueva York, cuando fue cazado junto a Iggy Pop, tan solo cuatro meses antes que ambos se metieran en el Château d’Hérouville (Francia) para comenzar a grabar The Idiot, el primero de los dos discos con los que Bowie sacó a Iggy del despeñadero vital en el que andaba inmerso: la cima de la carrera en solitario de la Iguana, junto al posterior Lust For Life, editado también en 1977. El arresto no tuvo demasiadas consecuencias, pero deparó esa clásica instantánea penal de Bowie, fotografiado con la preceptiva placa policial, con su fecha y su numeración. Una imagen -en cualquier caso- escasamente ominosa en una carrera que hizo de la provocación visual y del cambio de piel una de sus principales señas de identidad. Apenas una tormenta en un vaso de agua, vaya.
Sí resultan más curiosas, por escasamente conocidas, algunas anécdotas que van desvelándose sobre la marihuana con relación al entorno de David Bowie. Mary Finnigan es la protagonista de la primera de ellas: es la mujer que acogió en su propia casa a Bowie (y más tarde a Angie Barnett, quien sería su primera mujer, y que hoy en día se ha convertido en la enemiga pública número uno del Reino Unido por su renuencia a abandonar la casa del Gran Hermano británico tras su muerte), justo unos meses antes de que el single “Space Oddity” le sacara del anonimato, en pleno 1969. Finnigan ha vuelto a recordar estos días, en sus recién publicadas memorias (‘Psychedelic Suburbia: David Bowie and the Beckenham Arts Lab’, editado por Jorvik Press), que solía pasar horas muertas en su piso junto a Bowie compartiendo “cannabis y hachís”, y que su primer contacto había llegado a través de su ventana, precisamente con una invitación a compartir “una taza de té y un extracto de cannabis”, tras escuchar unas notas de guitarra que (y quién sabe si esto forma ya parte de la leyenda) pertenecían precisamente a “Space Oddity”. El libro de marras, en todo caso, dará que hablar en los próximos meses. Al menos en el Reino Unido, terreno abonado no solo para las mejores coberturas que la prensa generalista ha dado al deceso del músico, sino también para esos tabloides sensacionalistas de vigor inquebrantable.
Y fue precisamente un extracto de cannabis, similar al que Mary Finnigan le ofreció a David Bowie hace más de cuatro décadas, el que ayudó a Rodene Ronquillo, la mujer de Duncan Jones (el hijo de Bowie y Angie), a combatir el cáncer de mama que le aqueja desde 2013. El matrimonio es fiel defensor de la marihuana con fines médicos, y en alguna ocasión ha manifestado su alivio por residir en un estado (California) en el que se permite su uso para compensar los demoledores efectos de las sesiones de quimioterapia.